sábado, 19 de abril de 2008

Cumplir Años

Por Enrique Pinti

Cumplir años es lo mejor que nos puede pasar, sobre todo si lo comparamos con su opuesto, o sea, morir.
Se puede cumplir años, y de hecho se cumplen, y lo que puede variar son los festejos, que van desde "tirar la casa por la ventana" de contentos y ricos que estamos hasta "tirarse por la ventana de la casa" si la situación es de tristeza y mishiadura.
Sin llegar a tales extremos, están la cena con familia y amigos cercanos, el festejo en mayor intimidad aun con la pareja y una botella de champagne o la total y absoluta soledad, haciendo balances y proyecciones. También existe la posibilidad -si el paso del tiempo es algo insoportable- de ignorar la fecha, amenazar con graves sanciones a quien ose llamarnos por teléfono o pasar por nuestra casa para felicitarnos y hacer como que no cumplimos y seguimos teniendo la edad inmediatamente anterior. Hay otras personas que prefieren festejar su cumpleaños en el quirófano del cirujano plástico más cercano a su domicilio y, entre lipoaspiraciones, colágenos, siliconas y liftings, emergen días después con la certeza de que hemos hecho trampa y volvimos a la juventud perdida.
Pero estas "soluciones" no evitan los calambres, achaques y confusiones mentales que la edad trae consigo y, cuando mucho, seremos viejos con cuerpo joven, lo cual tiene sus inconvenientes. Y además, festejando solos, no festejando o internándonos en clínicas reparadoras nos perdemos la delicia de los regalos, esos presentes que se hacen a veces con el corazón, otras con el cerebro y otras vaya a saber con que órgano.
Cómo olvidar esas corbatas imposibles, esos perfumes misteriosos, esos "aparatos modernos" que no nos atrevemos a preguntar para qué sirven, los libros de autoayuda que jamás leeremos y, en fin, todos los obsequios de amigos de amigos, eternos colados paracaidistas de fiestas que, al no conocernos muy bien, pueden llegar a homenajearnos con cosas que jamás usaremos y que por añadidura odiamos (aparatos electrónicos, libros de ilustraciones enormes y más pesados que suegra en luna de miel, portarretratos plateados o cajitas chinas, en el caso del que esto escribe). Claro que todas estas deliciosas sorpresas pueden servir para regalar cuando el colado es uno y "la víctima", un amigo de un amigo, tomando la precaución de que el fulano no sea el mismo que nos obsequió la "deliciosa sorpresa" en el nuestro. Existe la posibilidad del "cumpleaños sorpresa", que puede resultar un emotivo golpe al corazón o un desalmado golpe en otras zonas corporales y que es, sin duda, una buena intención de familiares y amigos, pero ya sabemos que "de buenas intenciones está lleno el camino del infierno".
En todo caso, cumplir años es un acto inevitable, pero absolutamente personal y, más allá de nuestro punto de vista, deberíamos respetar la decisión del "homenajeado" de no recibir homenajes este año porque vaya a saber por cuál complicación del destino el cumpleañero no está de humor y prefiere hacerse el burro, esquivar el bulto, jugar al distraído y pasar por alto una fecha que, a lo mejor, le trae nostalgia de tiempos o recuerdos que prefiere olvidar. No es el caso del dinosaurio que firma esta columna. Listo para cumplir los sesenta y ocho, admite corbatas, perfumes, aparatos electrónicos, portarretratos y cajitas chinas, y también "manos vacías" y "corazones llenos". Es tal la alegría de seguir en esta calesita (a veces sin rumbo) que es el mundo, y más precisamente el país, que los achaques, calambres, olvidos y confusiones propios de la edad se asemejan más a condecoraciones y cicatrices de una guerra sin cuartel contra los obstáculos que a retrocesos decadentes.
Cada arruga es producto de un esfuerzo, de una carcajada, de un dolor, de un sufrimiento, que dejó enseñanzas y lecciones de vida. Si además uno puede darse el lujo de festejarlo con gente querida, está todo más que bien, y al soplar la velita simbólica que resume sesenta y ocho fiestas que van desde la inconciencia de bebé sostenido por sus padres hasta la madurez de hombre sostenido por el cariño de sus amigos (amén de piernas algo reumáticas), lo único que se puede pedir en los tres clásicos deseos es que las fiestas continúen hasta que Dios y la salud lo permitan, que nuevos amigos se agreguen primero como colados con regalos insólitos y después como compañeros de la ruta más peligrosa y fascinante, la vida.

popis

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